KING KONG (1976).
Hay una anécdota que define todo lo que representó al mito del simio gigante en 1976: Cuando Dino de Laurentis llegó al set de filmación de King Kong en 1975 sería la primera vez que vería en acción al animatronic gigante que la película tanto se afanaba de tener en su producción multimillonaria. Al probar el robot de las manos de Kong, este tuvo un desbalance mecánico y terminó con todos los dedos cerrados en puño menos el dedo medio.
Así es: King Kong siguó los pasos de Diógenes para señalar su desagrado y se lo hizo a Dino de Laurentis. Este por años había estado intentando sacar un remake del clásico de 1933, y tras una ardua batalla de derechos completó una película que estaba promocionada sin siquiera filmarse, anunciándose como “La más original y emocionante película de todos los tiempos” (curioso, tomando en cuenta que ES UN REMAKE).
Dino de Laurentis no era de mi agrado. Me parece que como productor fue muy entrometido y le robaba el título a directores desechables para que su nombre apareciera en letras gigantes antes que nadie, esto deja claro que Dino fue el último de esa vieja escuela de productores que valían más por su nombre que por lo que en realidad producían. Tampoco es que le tenga un odio profundo; siempre me imagino lo problemático que representó el “remake” de un clásico añorado, lo que menos esperas es que de todos, el que termine insultándote sea la estrella de tu película.
En estos tiempos conozco mucha gente que señala a King Kong como un bodrio de película, una de las más fallidas en una década bastante fructífera y se burlan de todo lo que representa. Y yo me pregunto ¿De verdad es tan mala? ¿Qué película han estado viendo todos estos años?
King Kong como sus tres versiones oficiales son un reflejo del alcance de los efectos de la época y forma parte de un pensamiento colectivo crítico en cuanto a cine taquillero y el cómo debería de hacerse. La primera versión fue un proyecto sacado en vísperas de una crísis económica y que impulsó a los encargados de efectos especiales a lucirse como nunca, en la versión del 76 vemos un capricho que… tampoco está tan alejado de lo que fue en corazón su versión original. 43 años han pasado una de la otra y en ese lapso de tiempo se vieron infinidad de películas parodia y ripoffs de la historia que todos conocemos.
Entonces la pregunta necesaria ¿Para qué hacer un remake?
Pues porque aquí se comenzó a plantear más un elemento que permanece sutil en la versión original: La atracción de Kong hacia una güera despampanante. Y es que aceptémoslo, Kong tiene una atracción sexual hacia otra especie mientras que la damisela en peligro genera un Síndrome de Estocolmo, cree comprenderlo y quiere ayudarlo a vivir lejos de su soledad, es más emocional y trágica la relación de los dos y eso me parece mejor realizado que en la versión del ’33.
De ahí en adelante, el argumento de esta versión es similar, aunque con altas y bajas.
Hablemos primero del personaje más relevante en esta versión. Dwan suple a Ann Darrow y es encantadora. Es una mujer que sobrevive al hundimiento de un crucero y quizás por estado de shock o por ser tan inútil, siempre sonríe y de lo único que sabe en este mundo es que aquí vino para vivir y creer en su horóscopo. Válgame Dios… pero qué bella era Jessica Lange y aquí en su primer papel demuestra que sí tenía madera de ser una excelente actriz, a pesar de que la película se dedique a mostrarla cada vez en paños menores, lo cual debe de haber sido la razón de la taquilla… y de que uno que otro padre de familia babeara en la sala de cine y varios adolescentes tuvieran pensamientos malsanos. La crítica odio el trabajo de Lange y la acusó de ser tonta, banal, y soñadora… cuando el personaje es eso.
Jeff Bridges es muy relajado como Jack Prescott, quien es menos un héroe de acción que Jack Driscoll y más un sujeto que se identifica con Dwan. Además de que se desvive por ella ve la evolución de su banal vida, de cómo la mujer que ama en un punto llega a volverse tan ensimismada que es algo trágico por la excelente química que tienen los dos actores, en un momento cumbre de su juventud.
No hay Carl Denham pero sí tenemos a Fred Wilson, quien es un bastardo hombre de negocios, uno que no tiene cambio de corazón y que en cada escena se vuelve foco de atención de la audiencia. Charles Grodin da vida a un personaje detestable que en ningún momento se vuelve abusivo pero sí lo suficientemente manipulador como para ver en un gorila gigante un cheque asegurado. Es lo bastante estándar como para generar empatía en sus decisiones.
Y obviamente tenemos a King Kong, quien como mencioné antes, es un Kong más libinidoso, y aquí es donde la película tiene su encanto con los efectos especiales. Sí es notorio que es un hombre en traje de gorila (de hecho fue Rick Baker), pero no se siente abaratado. El rostro es lo bastante expresivo como para causar miedo, simpatía y tristeza, sobre todo en la parte del barco en donde lo vemos derrotado, o incluso en la infame secuencia en donde está amarrado en Nueva York, el cambio en su rostro es uno que hasta el día de hoy emociona porque sabes que se va a desatar un pandemonio.
Por mucho, lo mejor de King Kong es el score realizado por John Barry quien por desgracia nunca tuvo el reconocimiento que se merecía. Barry era un eterno romántico, el maestro a la hora de crear música para la saga de James Bond, pero uno de sensibilidad extrema, aquel que disfrutaba los momentos en donde había historias de amor, por lo tanto era el indicado para entender con elegancia el concepto de “La Bella y la Bestia” latente en la historia de Dwan y Kong.
Hay una gran variedad de temas a escuchar, porque a diferencia de compositores modernos, la forma de trabajar de Barry era la de seleccionar sentimientos y secuencias y entrelazarlos con 3 temas: El de Kong, el de Dwan, y el de los dos como la pareja trágica que representan. Desde “The Opening” que te espanta en su inicio de trombones, hasta los 5 segundos que necesita “Maybe My Luck Has Changed” para hacerte sonreír, y mi predilecto: “Kong Hits The Big Apple”, una balada de soft rock tan pegajosa y ridícula que evoluciona hasta el momento cumbre cuando el animal se desata, el score de Barry es uno que crece contigo conforme lo vas escuchando por los años y uno de sus máximos logros, en una carrera repleta de joyas de entre tanto barro.
King Kong fue una de mis películas predilectas cuando era un niño, y entiendo que la gente tenga varias quejas: no es para nada una película perfecta (¿Cuál lo es?). Nunca entendí cómo era posible que la niebla fuera causa de la respiración de un animal gigante, y es muy tedioso ver cómo no abandonan la playa para adentrarse a la jungla (se supone que hay animales fantásticos por todo el lugar y lo único que vemos es una serpiente gigante, hace falta esa sensación de maravilla y peligro). Y su peor pecado es el uso tan mal realizado de pantalla verde y sobreproyección de imágenes, en donde se percibe los cuadros que no componen la imagen y rompen el sentimiento de ver a Kong derrotado por imágenes de archivo de helicópteros que rondan por ahí sin hacer mucho.
King Kong ha envejecido como todo, y ciertamente estos momentos son más notorios y demuestran la presión de Dino de Laurentis en tener su proyecto a como diese lugar (claro, sin soltar un dinerito extra), pero los momentos de vulnerabilidad y de personajes se los debemos adjudicar a John Guillermin quien intentó que esta película fuese más de los personajes y no una aventura más grande que la vida misma… y en eso acertó. Me parece triste que haya sido ignorada cuando es muy probable que también el remake haya influenciado a futuros proyectos, no creo que sea coincidencia de que la próxima entrega del monstruo de monstruos sea en los años 70’s.
Esta es la historia del gorila de ojos rojos que te podía asustar, pero que al final te dejaba un nudo en la garganta, una que ha pasado de generación a generación, y que cada vez le agregamos algo de valor como muestra en agradecimiento a la original que cambió el cine sin que nadie lo esperara. Y esta vez no es la excepción.