BLUE VELVET (1986).
David Lynch no se siente cómodo.
Ya terminó la adaptación de Dune y el resultado no es el que esperaba: la gente no asiste a ver la ópera espacial que dirigió y eso significa un fracaso de taquilla asegurado y la idea por parte de audiencias y crítica de que no es un director competente. Por la situación de Dune, decide no volver a enfocarse en franquicias millonarias y volver a ser ese David Lynch que surgió con Eraserhead.
La pregunta es cómo.
Comienza a barajar múltiples ideas, pero tiene tres en la cabeza que han estado con él desde hace más de 10 años: La primera era la idea de un aire retrospectivo, de aquel que tuvo en su infancia. El de un pueblito agradable repleto de colores y el aroma a pastel que se aprecia en las cocinas de las casas por las tardes; el segundo era una canción de Bobby Vinton que habla sobre el desamor de un hombre que evoca la ropa de la que fuera el amor de su vida, y a donde va la tercera idea pues era el título de dicha canción: Terciopelo Azul.
Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan) visita a su padre en el hospital ya que este sufrió un ataque al corazón que lo deja completamente inmovilizado, en la ida y regreso se encuentra con una cabaña vieja a la que siempre le avienta piedras en un afán ocioso, sólo que al regreso mientras busca piedras para aventar… se encuentra una oreja. Hace lo más normal del mundo y agarra la oreja para llevarla a un detective policíaco que se llama John Williams (George Dickenson).
Pasa un tiempo y Jeffrey quiere saber más sobre el origen de la oreja, así que tras visitar al oficial, comienza a entablar una relación con su hija Sandy (Laura Dern) quien sospecha que hay una relación entre la oreja y el caso de una mujer llamada Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) quien vive en la avenida Lincoln. Jeffrey está tan atrapado con el caso que decide ir a la casa de la mujer primero como exterminador de plagas y después como un mirón, logra escabullirse a altas horas de la noche, por desgracia no cumple su fantasía de ver desnuda a Dorothy, ve algo más perturbador y que lo arrastra a un mundo de violencia sin sentido.
Terciopelo Azul es una obra que, como casi todas las que ha realizado Lynch, contiene múltiples acercamientos que están al servicio del cinéfilo que puso atención, así como para el que trata de seguirle el paso y puede generar un debate agradable (aunque intenso). Es una película que entrelaza temas sobre la madurez, la falta de compromiso, el despertar sexual, una crítica a la vida norteamericana de los años 60’s y aquel tema que le afecte de manera más personal a la audiencia.
Pero el más notorio es que existe un incesante interés por parte del director de trazarnos una mirada vouyerista hacia el área oscura que tiene un suburbio, aquel que sabemos de antemano que existe, pero del que omitimos en nuestras vidas. Y este acercamiento no tiene nada de ficticio o es algo que saca de su imaginación: por donde vivo sabemos todos que hay una zona criminal deprimente y en donde lo primero que percibes es que hay prostitutas y una iglesia de estilo gótico que sirve de juez para aquellas que hacen su labor… y nadie hace nada. Esto pasó, pasa y pasará, y depende de uno decidir a meterse a este bajo mundo o hacer que sus ojos se asomen hasta donde puedan para darse una idea de este mundo. Lynch nos muestra la historia desafortunada de un joven que está en el momento equivocado y se da cuenta de que el mundo se extiende más allá de su vecindario, y de que no cuentan las historias de éxito que esperamos.
Logra crear una historia envolvente gracias a que Terciopelo Azul tiene soberbias actuaciones por parte de los involucrados.
Kyle MacLachlan se vuelve una personificación de David Lynch; un muchacho aislado de donde vive y que se encuentra indeciso sobre quién se va a volver: si en un hombre civilizado o aquel que no tiene frenos. Y Kyle debe de ser el actor que más cómodo se siente al hacer una película con Lynch al grado de dejarse explorar temas de los que poca gente decide escribir o filmar. Jeffrey no es odioso a pesar de seguir un camino repudiante, lo seguimos porque también como él, tuvimos curiosidad de saber qué era lo que pasaba, nos emocionamos al encontrar un posible desenlace sexual y ahora tememos por la vida de los infortunados que se mueven por este mundo, y eso se logra con una actuación por parte de Kyle que convence cuando de verdad está asustado o en sus ojos que quieren saber más y más.
Y es que está en una fina linea de desbalance gracias a dos personajes.
Isabella Rossellini se iba a enfrentar a un gran dilema con esta película. Es muy poco probable de que otra persona haría lo que ella: rebajarse. Hasta lo más triste, lo más profundo, lo más desgarrador… Isabella acepta la carga y con Dorothy tiene un personaje pesaroso como pocos. Mujer que ha sido convertida en un objeto de deseo a cosa de la seguridad de sus seres queridos, también queda claro que ha perdido el contacto con la realidad, de ahí que decida encontrarse sexualmente con el primer hombre que se le acerque a su guarida de pasiones, y el que haya adquirido un gusto por sentir el desprecio y dolor.
Con Dorothy se pone una linea divisoria entre la gente que va a sentir repudio por lo que le sucede y aquella que desee continuar con el misterio, y está bien eso, lo que no se va a negar es que se le debe de tener un respeto a Isabella que, sabiendo de su imagen intocable -en parte por su procedencia genética- decide hacer un papel carente de humanidad y en donde la belleza es una deformidad de la que se aprovechan los demás.
Y es que todos saben de la leyenda de Frank Booth pero cuando uno lo presencia se vuelve testigo de un juez del inframundo. Frank es paranoico, libre de todo freno por lo que se vuelve casi infantil en su hablar donde sólo escupe la palabra fuck en todas sus posibles variantes, tiene desdoble de personalidad -por un momento es un bebé llorón y en otro es el típico Frank– y se droga con un tanque de gas que tiene con un respirador.
En pocas palabras: es genial.
Es un personaje extremadamente caricaturesco con el que no te quieres meter porque a pesar de causarte gracia imprevista, sabes que en un arranque de ira te haría mierda. Las escenas con Frank son las más tensas, porque por desgracia los personajes que quieres ver felices caen en garras de un maníaco y Dennis Hopper no era ajeno a los personajes excéntricos, muchos de nosotros lo recordarán por se un “sheriff” excéntrico o al némesis de Mario Mario, pero aquí también tiene un papel peligroso como el de Isabella, uno que cambia carreras y para sorpresa tanto del actor como de la crítica Frank Booth se ha vuelto uno de los personajes más reconocibles dentro de la carrera de Lynch, creador de pesadillas entre la audiencia y uno de los villanos más célebres de la década de los 80’s.
Terciopelo Azul no es mi favorita de David Lynch -eso va para El Hombre Elefante (1979)– ni la primera que vi de él, pero debo reconocer que fue una propuesta muy arriesgada para los estándares de su década que hicieron regresar al hombre que quería imponer un estilo surrealista en Hollywood cuando nadie lo pidió. Una película que de alguna manera se hizo, y logró que se hicieran dividendos entre los que veían con horror el degrado de sus personajes en un tono inconcistente y aquellos que aseguraron que es un clásico americano.
No sé si podría ponerle el honor de ser un clásico americano, pero entiendo el dividendo, porque mientras que a mí me parece fascinante y una película que puedo volver a ver, he visto el otro lado de la moneda. Resulta que me hice de una copia de Terciopelo Azul a un muy buen precio (sigo pensando en quién la tendrá) y por azares del destino la olvidé por ahí. Mi padre que por lo general usa el comedor para estar un rato en la computadora vio la copia y de seguro ha de haber pensado en que vería una película de corte enteramente erótico (vamos, que la portada no le ayuda mucho). Vio unos minutos, hasta llegar a cierto momento en el que dijo “no”, la quitó, llegó a mi cuarto y me la dio mientras en su rostro se iluminaban facciones de desagrado.
-“¿Qué es eso de Terciopelo Azul?”- lo dijo mientras iba a su cuarto con disgusto y mi rostro algo sorprendido de que de todas las cosas, esa fuera la que quería ver a escondidas. Pero de alguna forma me demostró la potencia de una película que a 30 años, sigue fascinando a todo aquel que la ve cual Jeffrey escondido en el clóset: queremos ver más sin pensar las consecuencias.