Jason Eisener, Gareth Evans, Simon Barret, Glenn Mcquaid, Ti West, David Bruckner, Adam Wingard Adam Green. Estos nombres no le sonarán a muchos, pero resulta que son aquellos que han estado generando lo que se conoce como la nueva camada de directores de horror. La mayoría de ellos amigos e independientes, han realizado sus proyectos con un presupuesto infinitamente inferior al de las grandes producciones de Hollywood y han logrado darle una bofetada al medio tradicional pues logran tener éxito y aparecen en los listados de lo mejor del año.

Lo curioso es que de todos, Adam Green originalmente no contemplaba hacer cine de terror. Su primer película fue grabada con cámaras prestadas de una empresa de cable, escrita y actuada por él junto con un grupo de trabajadores y amigos, era una comedia romántica que nunca tuvo un estreno comercial debido al insulto que representaba pagar los derechos de autor de las canciones que Green usó. Con tristeza dejó ese proyecto como uno personal y se dedicó a hacer una película slasher… algo que aparece en el extremo de lo que realizó.

El resultado, es un proyecto que divide gente.

Es Mardi Grass, y un grupo de amigos está en la celebración que incita mostrar los senos a cambio de un collar, alcohol, montones de sexo y malestar estomacal… lo mejor de lo mejor. Pero en el grupo hay individuos que no se sienten cómodos; Ben (Joel Moore) acaba de terminar una relación extensa y la idea de andar viendo otros cuerpos semi desnudos lo pone melancólico, así que convence a su mejor amigo Marcus (Deon Richmond) de hacer otra actividad. Mientras caminan por el lugar encuentran un tour guiado hacia los pantanos que supuestamente están embrujados y deciden ir.

En el grupo se encuentran con Misty Jenna, dos actrices porno bastante estúpidas, Doug Shapiro su pervertido director, el matrimonio Permatteo y a Marybeth, quien de inmediato rechaza los avances de un inepto Ben. Mientras viajan por el tour tan apestoso, les cuentan la historia de Victor Crowley, un alma en pena que ronda por los pantanos en busca de víctimas. Y por azares del destino -dígase un guía bastante inepto- rompen el bote y se dan cuenta de que sí: Victor Crowley existe.

Y está furioso.

Y está furioso.

 

Revisar Hatchet es complicado sobre todo por la fama que se ganó. Allá por el 2006 la crítica la destrozó, viendo a la película como un miserable intento de horror y shock con calidad de proyecto estudiantil, este juicio final sobre la película no fue compartido por las audiencias y por la crítica especializada en el género. En las presentaciones de Hatchet durante varios festivales, ganó varios premios, y aún más noble que eso, fue una película que tuvo cupo lleno, al grado de hacer que la gente se tuviese que sentar en los pasillos para poder verla.

Y es fácil ver por qué el amor de la gente hacia la película, aún si esta dista de ser perfecta.

Adam Green hace un tributo al género definitivo de los 80’s no haciendo una película clásica, sino que hace una que se vuelve referencial, sabe de los elementos clásicos cayendo en el cliché de manera intencionada. Tenemos a un villano deforme, imparable y misterioso que se enfrenta a un grupo de desposables con el menor de las personalidades necesarias para poder definir a uno del otro. En estos apartados funciona Hatchet y sólo así debería de funcionar, tomarse en serio la película resulta infructífero, uno tiene que apagar su cerebro y quizás pueda disfrutar de un viaje de gore y estupidez por un guión que suelta chistes que a veces sirven para dar una carcajada y otros que pasan desapercibidos.

Mucho se señala sobre la colaboración de Kane Hodder, y si bien vuelve a interpretar a un villano monstruoso, le falta algo. A diferencia del legendario Jason Vorhees, Victor Crowley tiene un pasado nada interesante, de hecho la película tarda bastante en hacer que este behemot aparezca y desmiembre a los personajes, que si bien no son molestos, no son memorables y carecen de “one liners” o momentos.

Y si parpadeas te pierdes de cameos de Robert Englund y de Candyman en persona: Tony Todd.

Y si parpadeas te pierdes de cameos de Robert Englund y de Candyman en persona: Tony Todd.

 

La dupla que llama la atención, es la de Ben y Marcus. Suponen ser mejores amigos y eso se percibe en una química por parte de los actores, y son los que causan más gracia al ser tan diferentes uno del otro (un perdedor de corazón roto y un hombre que vino a Mardi Grass a ver senos), es en estos dos que resaltan la capacidad de Green de poder escribir comedias. De ahí en más… pues son las bolsas de carne que uno quiere ver muertas. Y lo logra de una manera algo satisfactoria. Recordando que Hatchet tiene un presupuesto muy limitado, las muertes son creativas y violentas como uno esperaría, pero su falla radica en el mismo presupuesto, ya que la película carece de un trabajo de luz que permita ver con detalle los actos, o siquiera ver el paisaje que a partir de un determinado momento se vuelve puras ramas, volviéndola algo tediosa.

Llega un momento de la película en el que los personajes siguen dando vueltas por los mismo lugares por su estupidez... o por la falla de los realizadores.

Llega un momento de la película en el que los personajes siguen dando vueltas por los mismo lugares por su estupidez… o por la falla de los realizadores.

 

Al final Hatchet es un homenaje que entiende las limitantes de un género por parte de un director que creció con él, una película que le abrió las puertas a otros proyectos y le generó una franquicia… y pocas veces en estos tiempos podemos presenciar el nacimiento de un monstruo que tiene tanto afecto como el de la máscara de hockey o el tipo del guante afilado. La recomendación sería dejar de un lado el hype de la película y apreciarla por lo que es, de no ser así uno podría terminar furioso pensando que los estándares del género han caído por los suelos.

 

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