BRASIL TRICAMPEÓN EN COPA CONFEDERACIONES
España llegó a esta final de la Copa Confederaciones con la confianza que los últimos años le han dado al catalogarlo como el mejor equipo de estos tiempos, pero Brasil, en su casa, con una tribuna completamente verde amarela sólo tuvo que salir a la cancha convencidos de su magia y futbol para arrollar a una ‘Furia’ que nunca supo tomar las riendas del encuentro.
Era el partido más esperado, la Canarinha, el equipo más ganador de todos los tiempos contra el Juego bonito de España, esa Furia que inició hace cinco años su época dorada enarbolando la bandera del juego bonito. Y en el mítico Maracaná. Un templo del fútbol que fue una olla a presión.
La Copa Confederaciones cerró su novena edición ganando enjundia con la mayor fiesta del fútbol posible. Era la gran reválida de la Roja. Imponer su estilo en un triunfo que sería legendario. La victoria y el título que le faltaba. Quiso heredar el testigo e Uruguay para un nuevo ‘Maracanazo’, pero se topó con un rival majestuoso.
Brasil ha añadido la potencia física y el orden táctico que impone el ‘sargento’ Scolari. Y mantiene la magia gracias a futbolistas como Neymar. Nacen con ella en las venas. Salen de cualquier rincón de un país que respira fútbol, con porterías donde hay pobreza y abundancia sin termino medio. De mañana a noche los brasileños juegan al fútbol en la playa o el asfalto. Con calzado o descalzos. Es su gran pasión.
Y derrotar a la selección del momento era un gran reto para una Brasil que quiere recuperar el prestigio perdido en una década de bandazos. Tenía estudiada a la perfección a España y salió a por ella. Al arrancar el partido, el primer tanto ya lo había marcado Maracaná. Sin cumplirse el minuto 2. Con la salida en tromba esperada. Un centro desde el costado derecho de Hulk. Un salto mal medido de Piqué y Arbeloa. El rechace fue un regalo del cielo a Fred que desde el suelo superó por alto a Casillas.
La presión de jugar con un estadio entero a su favor se transformó en un futbolista ‘verde-amarela’ más. Brasil salió a morder, al límite de lo permitido en el reglamento por dureza, con un centro del campo que impuso su físico y tres ‘demonios’ en ataque -Neymar, Fred y Hulk-, tan verticales que hicieron tambalearse a la Roja.
España estaba nerviosa. Superada. Desajustes defensivos. Pérdidas en la salida de balón, anulados por la presión asfixiante del rival. Afrontaba el más difícil todavía. El sueño se tornaba en pesadilla. Por primera vez comenzaba con todo en contra una final. No ocurrió ante Alemania ni Italia en las Eurocopas. Ni Holanda en el Mundial.
Los brasileños plasmaban sobre el césped el planteamiento perfecto de Scolari. Atacaban directos. Eran puñales en los costados. En pleno desconcierto Oscar perdonaba. A los ocho minutos, con todo a placer desde el punto de penalti no encontró el arco.
Tenían orden de frenar a Iniesta de la forma que fuese y encontraron la permisividad del colegiado holandés para superar la ralla. Patadas por detrás, duras entradas que no rebajaban las granas de protagonismo del genio español. Cuando España sufría pedía la pelota, encaraba e intentaba poner de nuevo al equipo en la senda del fútbol. No había forma, a los doce minutos Casillas salvaba el segundo a un balón picado de Paulinho y a los 32 reaparecía su gen de salvador en un mano a mano ante Fred.
Superada por el ambiente España cometía errores de principiantes. No cerró un saque de esquina a su favor y lo sacó en corto. Arbeloa vendido ante Neymar. Le derribó. Pudo ser roja como exageración del brasileño. Iniesta tiraba de orgullo y probó a Julio César.
Italia había enseñado el camino de como desdibujar a España. El gran secreto es la superioridad sobre sus laterales. Arbeloa sufrió con Neymar y Alba no tuvo su día con Hulk. Faltó consistencia defensiva al centro del campo de la Roja. Brasil llegó fácil y en oleadas. Sus jugadores iban al límite, superiores en el físico a un rival que tuvo un día menos de descanso y que llegó a la final tras prórroga.
Los errores costaban caros. Eran ocasiones brasileñas. Alba fallaba un pase y la jugada acababa en segundos en Fred. Brasil, la selección que más faltas cometió en la Confederaciones, no se lo pensaba para evitar que España dominase. A su ritmo, llegó la gran ocasión para Pedro. A la contra Mata le dejó solo, encaró a Julio Cesar, le superó con su disparo y cuando se celebraba el tanto del empate apareció David Luiz para lanzarse al césped y evitarlo.
Restaban cinco minutos para el final del primer acto. Un punto de inflexión para levantarse. No era la noche. El castigo no había acabado y cuando todo terminaba apareció Neymar. El mejor jugador de la Confederaciones lanzó una pared y a su velocidad soltó un latigazo a la red. Fusiló a Casillas y a España. Su misión era imposible.
La afrontaría tras el descanso. Con Azpilicueta por Arbeloa que tenía peligro de expulsión marcando a Neymar. Cuando el balón comenzaba a ser dominado llegó la sentencia. Otra vez a los dos minutos de comenzar. Hulk rompió en velocidad, Neymar la dejó pasar en un gran gesto y Fred definió ajustado al poste. Maracaná era una fiesta. El baño soñado al campeón del momento.
Con la losa de tres goles en contra y un partido al gusto de Brasil para explotar sus virtudes, Del Bosque buscó la reacción con Navas. El primer balón que tocó provocó un penalti de Marcelo. Un punto negro de esta España. Habían fallado nueve de 22 lanzamientos. Villa en el banquillo. Ramos asumió la responsabilidad y falló el décimo. Cruzó su disparo y acarició el poste.
La final estaba perdida y había que evitar el ridículo. Brasil no frenaría. Tenía un mensaje de dominio que lanzar al mundo. Y España mantuvo la grandeza del campeón para caer atacando. Con Iniesta chutando, Pedro y Villa, pese a jugar ya en inferioridad numérica por la expulsión de Piqué. Derribó siendo último hombre a Neymar. 22 minutos con diez, con Casillas saliendo rápido para evitar goles, sacando como podía disparos de Marcelo o Jo.
Temblaba la grada al ritmo de “soy brasileño con mucho orgullo y amor”. Era el cántico orgulloso de un pueblo hacía su equipo. El que debe mantener España con una generación de la que nadie puede dudar y que perdió su primera final. La Confederaciones se clava como una espina y sirve de aviso para el Mundial que asoma en el que la Roja ya no será la gran favorita.
(Agencias)