En la colonia Los López hubo un intercambio de comida y música.
No era Navidad, sino la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el primer domingo de julio.
En esa fecha los vecinos se organizan para echar la casa por la ventana y celebrar al patrono del templo con música, pirotecnia, juegos mecánicos y antojitos.
Los festejos arrancaron desde el sábado por la noche con el concierto de la Sonora Dinamita, en un lote que ya es tradición utilizar como explanada del baile.
Al día siguiente, como parte de su aportación a la fiesta, la familia Padilla Villafaña ofreció de comer a los músicos que incluía a la banda de viento Hermanos López y a los jóvenes que bailan la Danza del Torito.
La fama de los Hermanos López es tal, que en la colonia la contratan con un año de anticipación para tocar dos días frente al templo, mientras que el grupo del Torito recorre la calle Principal de la colonia, la cual por cierto, hace un par de décadas todavía era comunidad rural de León.
Pasadas las 3 de la tarde, los 14 integrantes de la banda estaban listos para ser atendidos, mientras, en la casa se coordinaban liderados por la señora Margarita, para servir pollo acompañado con sopa de arroz, papas cocidas, frijoles, tortillas, salsa, chiles jalapeños, cervezas heladas y tequila.
Pero los ausentes aún eran los de “El Torito”.
Minutos después, por la puerta trasera del patio llegó la comitiva de unos 60 muchachos. Entre los personajes había dos hombres con peluca, vestido entallado de lentejuelas, tacones y medias; dos charros “montados” en un caballito de plástico atravesado en el pantalón, la muerte con oz en mano y un diablo.
En total había cerca de 100 invitados: entre familia, músicos, bailarines, amigos y amigos de los amigos.
Por la cantidad de personas, algunos familiares se movilizaron para sacar sillas y mesas, otros improvisaron el filo del cajete del árbol de limón para sentarse.
El resto mirábamos el batallón de personas y al mismo tiempo con la zozobra de saber si la comida alcanzaría para todos.
Los platos rolaban de un lado a otro por todas las mesas.
Un cuchillo y las palmas de la mano servían como destapadores de cervezas, bebida ideal para acompañar el platillo veraniego.
En cuestión de minutos a nadie le faltaba alimento.
Saciada el hambre, el torito -literal-, se salió del corral.
Los chavos se pusieron las máscaras y salieron al callejón detrás de la casa para ofrecer la danza ejecutada de manera exclusiva para la familia.
Uno por uno, los personajes alebrestaban al bovino de madera: los charros intentaban esquivar los cuernos sobre sus diminutos cuacos, mientras que en su intento por bailar en tacones, el toro corneaba al hombre con las medias rotas y cabello falso. Luego, el público se tapaba los oídos ante la amenaza estridente del látigo diabólico.
Todo al ritmo de un redoble de tambor constante y una flauta.
Después de las carcajadas por celebrar al toro inmortal, que en ese baile sí le ganó a la muerte, se escuchó adentro de la casa “Perfume de gardenias”. Era la banda de los Hermanos López que abrieron su repertorio de complacencias para la familia.
Con la panza satisfecha disfrutamos de la música con cerveza, tequila, limón y sal, en pleno letargo de las 5 de la tarde. Algunos se pararon a bailar al compás de la tuba, los clarinetes y las trompetas.
Terminó la ronda de canciones y la banda salió de la casa con la misión de deleitar esta vez a la colonia.
Con las endorfinas a flor de piel por el banquete, el baile y la música, me llamó la atención ese intercambio: la familia Padilla Villafaña invitó a comer a los artistas de la fiesta de su colonia, y ellos a su vez obsequiaron canciones y el show del Torito especialmente para ellos.
Pero ese trueque, que más que un “te doy y tú me das”, se sentía en el ambiente como una muestra de agradecimiento y correspondencia.
Esa tarde la familia salió bien librada en su atención a los artistas, pero al mismo tiempo su generosidad multiplicó las gracias y la alegría que esa tarde alcanzó para todos los invitados.