LEON
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BARBECHO: EN ESTE PAÍS, SER FLACA SALE CARO

En este país, ser flaca sale caro.

Recorría el pasillo 6 de un supermercado en León y me topé con el pan de caja más costoso que he visto en mi vida.

99.00 pesos, se leía en la etiqueta amarilla. Como si restarle un peso a 100 lo hiciera económico.

Al principio dudé porque, además de que era el único paquete en el anaquel, tres pasillos atrás, me había surtido de Bimbo. Tampoco se trataba de una promoción de otras marcas comerciales que te “regalan” pan tostado y un tóper para el sándwich.

El empaque de 99 pesos era una bolsa de pan de caja transparente, recargada en un cartón, que le daba un toque nice, reciclable y orgánico. Adentro había 15 rebanadas esqueléticas de pan.

Todavía incrédula, recorrí el anaquel y me topé con que en ese rincón del pasillo 6, venden productos que por su precio pareciera que se abren solos y flotan hasta tu boca. Había galletas, golosinas y una variedad de granos como avena, chía y amaranto.

En marcas equivalentes, las galletas Marías costaban: 60 pesos, una lata de chocolate en polvo 92, un surtido de 14 paletas de dulce 64 pesos, barras energéticas de cacahuate 89, un envase de cajeta de 300 gramos, 71 pesos. Pero lo que sí se voló la barda era el kilo de hojuelas de avena, a ¡188 pesos!

Lo que tenían en común los artículos, es que sus empaques presumían ser libres de gluten, sin azúcar, bajos en grasa, reducidos en sodio o 100% naturales.

Sólo por curiosidad, busqué en otros pasillos la versión comercial. La diferencia en precio era abismal: sin excepción valían de 2 a 4 veces menos y ni hablar de la avena que en la verdulería la consigues 10 veces más barata.

También me llamó la atención que permanecí en el rincón gourmet unos 20 minutos y nadie se detuvo a comprar. En contraste con en el pasillo de las galletas y las Zucaritas, donde esquivé a varias personas que me estorbaron cuando intenté tomar fotos.

Mi primera reacción después de mi análisis exprés de precios, fue pensar que por eso en México somos primer lugar en niños gordos y líderes en diabetes y enfermedades derivadas de la mala alimentación como la obesidad y el sobre peso.

Quizá hay más motivos pero a simple vista, en México, ser delgado o enfermo con diabetes, es para ricos; y no sólo por el tema financiero, sino también de voluntad.

Basta recorrer cualquier calle transitada para encontrar un puesto de tortas de carnitas, tacos, gorditas, quesadillas, jugos, refrescos, pan y una lista de alimentos cuyas características es que les escurre grasa, o si se derraman, dejan el piso pegostioso.

Hace un par de años, en un tiempo de crisis financiera, con 12 pesos desayunaba tortas de tamal que me aplacaban la tripa por 5 horas. ¿Cómo compites con eso pasillo 6? La misma pregunta aplica para la ensalada y derivados.

Además los mexicanos festejamos con comida: el pastel Godínez, la botana y chelas con los amigos, saciar el antojo de pizza o mitigar el calor con una Coca helada.

Ni hablar de la ansiedad que nos calma la comida engordativa en períodos de estrés, hormonales o emocionales; o la función de llenar los huecos disfrazados de hambre. Y encima de todo nadie nos enseña cómo se debe comer, en qué cantidades y lo que hay que evitar.

No imagino un día que acompañemos el pozole con agua, o sea suficiente lunch un sándwich esquelético, o que en las tiendas sólo vendan agua natural, frutas, verduras y si acaso arándanos. Festejar los cumpleaños con tacos de lechuga, soplar la vela a una galleta vegana mientras botaneamos pepino, jícama y lechuga con limón y chile piquín; ir al estadio y tomar agua de Jamaica, o endulzar el café con piloncillo.

Estar esbelto y nutrido, es posible pero en la práctica significa una economía tan sana como tu plato, y más allá del dinero, se ocupa mucho valor para limitarse y la convicción de optar por otro tipo de hábitos soportando el “¿nada más vas a comer eso?”, “échate otra”, “una no es ninguna”, “mañana empiezas la dieta”, “por un día no pasa nada”.

Me fui del súper sin comprar en el pasillo gourmet, pero segura de que por eso y muchas cosas más, yo prefiero conservar mi lonjita.

FIN. 

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