Hace un año, mi vida era -y es- un revoltijo.

Acababa de salir de una relación que me dejó muy lastimado y de un trabajo que odiaba con toda mi alma dejándome los ojos negros del cansancio y menospreciado por no tomar en cuenta mis actitudes; para pasar las cosas de una manera amena salía a la calle con mis audífonos y lo que se acercara en ese elemento del ipod al que llamamos “aleatorio”, que de aleatorio no tiene nada… porque terminas cambiando de canción de vez en cuando matando el valor de sorpresa. Quería hacer algo pero no sabía qué, algo que me desocupara y me dejara pensando en otras cosas que no me lastimaran, cosas más agradables. Un buen día pasé por la Casa de la Cultura y viendo los cursos que había, vi uno que me llamó la atención: “Apreciación Cinematográfica”.

No era el primer curso que tomaba de cine, pero con honestidad puedo decir que estos cursos y talleres habían sido de lo peor. Sea por mal manejo, peleas entre los involucrados, choque de egos y hasta llegar a pagar talleres en los que no se hacía nada por supuestos “expertos”, la verdad es que estaba cansado de este chantaje y mal uso de la palabra “taller”. La situación de estos cursos de cine han lastimado la imagen de muchas posibles personas de buenas intenciones y fue esta razón por la que casi no entré a este… pero el corazón a veces dice “yo sé de tus problemas, pero démosle oportunidad” así que entré.

Y ahí conocí a Gerardo.

El primer día noté a primera instancia algo: eran muy pocos los asistentes, no comparado a los aproximadamente 50 que tenían los otros talleres, pero encima, esperando a sus alumnos estaba Gerardo. De una apariencia robusta y una barriga no tan invasora que siempre mostraba en playera a un super héroe, al siempre confiable blue demon o al escudo del pumas, su fuente de pasiones futboleras, estaba nervioso esperando llenar este salón con gente deseosa de aprender algo y algo decepcionado vio que esos 50 lugares no se iban a llenar así que comenzó su clase. Lo primero que pude constatar era que al tipo, si algo le apasionaba, incitaba a vivir, y a hablar, era el cine… y en toda su extensión.

Al término de la clase nos dirigimos cada quién por su lado, como es costumbre en el primer día en el que no conoces a nadie y hasta te da pena pedir una hoja de papel porque por tu ineptitud no trajiste nada más que un café… pero a diferencia de los otros talleres donde sentía incertidumbre sobre el futuro y de que si estás dispuesto a gastar tiempo con esta gente, de alguna manera me sentía satisfecho con mi grupo pequeño y con un hombre que iba a hablar de cine y lo mucho que esto importaba en nuestras vidas. Eso hacía que esperara con ansias el sábado siguiente, y cada que llegaba era un momento para llegar y descubrir de lo que se iba a hablar ese día a través de sus módulos. Me hizo valorar mi tiempo y sentirme apreciado en un grupo que esperaba mi presencia que era tan importante como la de los demás.

Pasó el tiempo, y me fui haciendo amigo de tanto los alumnos -de quienes todavía tengo contacto- y del maestro. Al término de cada clase íbamos caminando hacia nuestros hogares, siempre hablando del mismo tema por el que todos decidimos entrar ahí: cine.

La gente no me cree, y se burlan de manera aberrante de ello o les molesta, pero es que puedo hablar de cine todo el día… más que poder, lo hago, y me encanta; me encanta poder hablar de un tema que me apasiona y del que le he dedicado más de una vida -así son las cosas- y encontrar a una persona con la que puedas hablar de cine todo el pinche día sin siquiera pensar en “rayos, ya debo de irme”, es algo más raro que encontrarte un diamante en la calle.

Era tanto el agrado, que incluso en una ocasión mientras tuvimos un “módulo” de cine japonés, salí durante el transcurso del obligado descanso -porque el cerebro no se cansa, pero sí el trasero- fui a bobear en la extinta “Discos y cintas” localizada en el centro, de hecho era la última de sus hermanas que combatía el desinterés de la gente que pasaba sin siquiera curiosear entre sus canastos de películas. Regresé con una copia de “Los 7 Samurai”; la película que íbamos a ver en ese momento -Ringu de Norio Tsuruta- se rehusaba a reproducirse y aceptó gustosamente poner la obra de Kurosawa que traía, claro… con la intención de que diera una introducción de la película, del por qué de su importancia y sobre todo, del por qué me apasionaba… nadie más me había dado la oportunidad de expresar el tema que me conforma.

Así que me paré en frente de apenas 10 personas, y las palabras salen de mi boca. En medio pena y tratando de no mirar a alguien en específico pero poco a poco me calmo y explico de la importancia de una película sobre espadas, honor, y el pasar del tiempo. Y acabo de encontrar lo que me gustaría hacer, de lo que quisiera vivir y dar a notar en mi ciudad: de la crítica de cine.

Paso a unos cuantos meses, y me encuentro laborando en esta página, en donde Gerardo hizo sus pininos digitales. Ahora laborando en ese momento por la página de Ruta, comenzó a evaluar mi trabajo de crítica y llegó a la conclusión de que… las hacía muy largas. “Tus pinches biblias” decía “pero estas biblias son tu estilo”; un estilo que de inmediato chocaba con su forma de escribir, pues el hombre a través de sus textos era académico y riguroso, yo por otra parte escribo de una manera simplona, no creadores del estilo de cada uno, pero sí respetuosos y llenos de una envidia chiquita hacia la capacidad del otro. Le sorprendía y emocionaba que un tipejo como yo dedicara todo un mes tratando de reseñar una película de horror por día, cosa que dijo quizás poner en práctica cuando pudiese.

La última vez que platiqué con él, de frente a frente, fue hace dos meses, antes de presentar su último taller de apreciación cinematográfica, naturalmente todo fue risas y cine, cine y risas, y nos fuimos a nuestros respectivos hogares, prometiéndole ayudar para la difusión de su taller y cómo no, darme una vuelta un día de estos, porque si algo me dolía, era la negativa que se le daba para sus talleres y la poca gente que asistía, negativa a dar un taller para entender el por qué nos gusta una película de cada quién, consumido por los talleres de creación para gente que no es sensible ante esta idea. Quedó en “voy a ir a dar ponencia contigo cabrón”, pero nunca fui.

Ayer Gerardo se fue, en un chasquido de destino ya no está con nosotros. Lo extrañarán esos jóvenes que quieren saber de cine, que esperan una crítica a su trabajo, lo extrañarán sus enemigos pues ya no habrá nadie que los esté chingando de la triste realidad de la insensibilidad de nuestra ciudad, lo extrañarán sus familiares y amigos, sus hijos en forma de perritos y sus hijos en forma de alumnos que dirán “gracias loco por darnos cuenta de que el mundo de la crítica de cine es difícil, nadie te agradece en el medio y te repudian los demás, pero de cierta manera nadie te detiene de pregonar tu opinión”, lo extrañarán esos bares de música ochentera melancólica que gritan por unos tiempos donde todo era más sencillo y estábamos hechos del material más resistente: juventud,

Y yo… además de extrañarlo, pienso en todo momento. “Se va uno de la vieja escuela de la apreciación del cine, no sólo se le extraña, se le necesita”

Hasta luego mi querido enemigo/maestro/amigo/latoso/compañero/amigo, que tu alma encuentre satisfacción -más ahora que andas con Christopher Lee y Wes Craven- y ojalá en unos de esos momentos factibles del espíritu humano, nos volvamos a encontrar. Llegaste en un momento en el que necesitaba a alguien que me echara una mano y siempre te voy a agradecer esto.

 

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