LA ISLA DE LOS MUERTOS (1945).
La inspiración está en todas partes, y no es raro encontrarla en una obra pictórica, después de todo, la finalidad del artista (o por lo menos la idea) es la de generar algo en tu interior cuando vez la obra que estás presenciando. Una de las obras que arrastra al espectador hacia su significado es aquella pintada por Arnold Böcklin, titulada La Isla de los muertos.
La primera vez que supe de ella fue gracias a un homenaje creado por H.R Giger. Fue tiempo después que al dar con la original entendí el por qué del zuizo de homenajearla; es una pintura misteriosa, con una isla lúgubre, no ayuda la vegetación que aparece en ella, mucho menos la calma del agua que lleva a dos personajes en una balsa, y ni qué decir de esa neblina que mezclándose con las nubes tormentosas no nos permiten ver más allá. Es una pintura fascinante, uno puede contemplarla por horas, generando historias acerca del objetivo de los dos personajes.
Esa misma curiosidad llevó a Ardel Wray a escribir un guión que sin sorpresa alguna, llevaría el título de la pintura: La Isla de los muertos.
Transcurre el año de 1912, durante la Guerra de los Balcanes, y el reportero Oliver Davis (Marc Cramer) acaba de presenciar la razón por la que el General Pherides (Boris Karloff) tiene por apodo “el perro guardian”, pues acaba de mandar a ejecutar a un soldado por demorar a un pelotón. Mientras hablan, Davis menciona que Pherides no ha tenido a nadie a quién amar, a lo cuál el General responde con una negativa, sí tuvo… pero hace mucho tiempo, y yace enterrada en una isla no muy lejos de aquí. Davis, intrigado por el hecho de que Pherides tuvo un ser querido, ofrece acompañarlo a la isla para rendirle tributo a su esposa, y parten.
Los dos hombres llegan a la isla por medio de un bote pequeño, y al llegar a la tumba, Pherides sale furioso pues alguien profanó la tumba de su amada. Están desconcertados pero deciden irse del lugar, misión fallida pues a punto de zarpar, escuchan una voz melodiosa en el lugar. Los dos hombres buscar el origen de esta voz y encuentran una casa habitada por un pequeño grupo de personas que están cenando, reconocen a Pherides y los invitan a pasar. Ya en la mesa, uno de los invitados comienza a sentirse mal y cae en las escaleras, pero todos están despreocupados pues piensan que está ebrio.
La sorpresa surge al día siguiente, ya que el hombre cayó muerto gracias a la peste, que ahora ronda en la isla y sus habitantes. Pherides decide tomar una acción que conllevará a todos a esperar la muerte: nadie puede salir de la isla, no hasta que los vientos cambien de dirección salvándolos del virus.
Es una historia simple: dos hombres entran a la isla, nadie puede salir. Lo interesante del proyecto -además de estar inspirada en la pintura- son las múltiples aproximaciones que uno le puede dar. Se vuelve un debate de dualidades de cualquier forma, siendo conflictivas la idea del misticismo y la ciencia, y la juventud contra la vejez, y nada es lo que parece. A pesar de la película y su publicidad en hacer énfasis en Pherides como el villano, lo cierto es que es víctima de una idea que no es de su cabeza, pero que poco a poco se va apoderando de su endereza.
Y quizás la idea más atemorizante de todas: ¿Qué hacer ante la inevitable idea de la muerte? no hay opción alguna de los habitantes más que la de esperar en calma y no contar con la desdicha de fallecer, no hay nada que se pueda hacer para evitarlo, es una especie de ruleta rusa.
Boris Karloff demuestra en esta película su potencial dramático; es un hombre que a primera estancia parece sombrío y recto, sin embargo, Pherides puede ser un alma apacible, como lo muestra antes de que suceda el inconveniente de la peste. Es a partir de ese momento en el que el personaje se vuelve el líder de todos y puedes notar su carga moral, pues nadie considera que hace lo correcto. Karloff tenía la ventaja de tener siempre un parecido macabro, y a pesar de tener rizos como de Shirley Temple, no se puede negar que las escenas con Pherides entre las sombras, cuidando de los letárgicos habitantes son perfectas.
El verdadero villano es Madame Kyra, anciana que ve con desdeño a todos y tiene la idea de que un monstruo ronda entre ellos. Helene Thiming es detestable, capaz de hacernos poner una mueca de desagrado cada que la vemos intentando convencer a Pherides de la existencia de la “vorvolaka”.
Es una película simple y efectiva, el ambiente depresivo de la guerra y la peste -dos de los jinetes del apocalipsis- se puede evidenciar en el excelente trabajo de Jack Mackenzie y la puesta en escena que trata de emular la pintura a como dé lugar, se siente claustrofóbico y espeluznante, logrando su cometido, y deja pensando a uno en el potencial teatral tanto del proyecto.
El único inconveniente que tiene, es al final. Después de mantener un suspenso elegante y una escena en particular que resulta una sorpresa, el clímax se desarrolla de manera apurada. Resulta impotente ver el final que deja a uno con cara de haber esperado algo más impactante, o desolador.
La isla de los muertos, no deja de ser el testamento de la creatividad de Ardel Wray, guionista que con este proyecto demostraba su capacidad, para después ser olvidado en la escena Hollywoodense… como muchos otros que pasaron sin pena ni gloria en el negocio tan arriesgado de hacer películas.
https://www.youtube.com/watch?v=WsQ-tTmOFPY