LEON
Punto In

ÑACA, ÑACA, ÑACA…

Definidas, icónicamente construidas y perpetuadas dentro del inconsciente colectivo por las animaciones clásicas producidas por la casa Disney, la presencia de las brujas, otro de los mitos (o mitotes) que enriquecen la imaginería del cine de terror, no ha tenido tanta relevancia como pudiera suponerse. Esto, a pesar de la cercanía, cierta veneración y el poder sobrenatural que les dispensa la gente del medio rural u otros estratos sociales urbanos de escasa instrucción escolar. Para no ir más lejos, baste recordar la supuesta salación que arrastraba el equipo León después de perder la final del torneo de invierno 97 ante Cruz Azul; execración proferida por el futbolero Brujo Mayor y que alcanzó a anatemizar al histórico coloso capitalino implicado en el suceso, a decir de varios aficionados de mente enfebrecida… y a la debacle deportiva que sufrieron ambas escuadras con el paso del tiempo.

Unidas a la tradición del cine satanista, estas entidades habitualmente femeninas cuentan, tanto en su pasado antidiluviano como en tiempos más recientes, con una serie de películas que le han otorgado un estatus más o menos estelar, desmarcándose por completo de la fábula emanada del cuento clásico infantil o del folclor europeo  de donde se ha tomado prestada parte de su apariencia. En la ficción fílmica propositiva destacaría por la fuerza e inteligencia de sus argumentos y un sentido tétrico nada desdeñable, una inusual trilogía compuesta por Season of the Witch de George A. Romero (1972), The Craft de Andrew Fleming (1996) y The Crucible dirigida por Nicholas Hytner; además del referencial documental de Benjamin Christiansen, Häxan, La Brujería a Través de los Tiempos (1922), filme maldito que manifiesta por sí solo, el atractivo repulsivo que contagian estas siervas de Satán.

A esta tendencia se puede afiliar La Máscara del Demonio, la célebre película de Mario Bava; una obra fundamental del horror clásico nunca exhibida en nuestra ciudad y cuyo principal autor puede ser considerado el padre del terror italiano moderno; un relato construido con símbolos y elementos paganos-cristianos además de la estética deudora de la literatura gótica y el expresionismo alemán, que la convirtió en una evidente influencia para cineastas tan disímbolos como Guillermo del Toro, Tim Burton, Martín Scorsese y Ridley Scott.

Sinopsis: Al viajar al feudo de Mirgorod, el profesor Kruvajan y su pupilo André despiertan de la tumba a la princesa Asa, una bruja que fue ejecutada por el Santo Oficio en el siglo XVII. Asa busca tomar venganza a través de Katia, la descendiente del inquisidor Vajda. El profesor Kruvajan es asesinado por el fantasma de Javutich, el brujo mentor de la rediviva Asa. Ante un desafío que reta la cordura de André, el amor que siente por Katia logra que se enfrente a Javutich y la bruja, siendo linchados en la hoguera por una turba de campesinos indignados por una serie de crímenes acaecidos en la comarca.

Adaptación libre de un cuento de Nicolás Gogol, La Máscara del Demonio es un afortunado, excesivo y mórbido relato pasional en el marco de la venganza sobrenatural; una película que transpira una cándida inocencia como sólo podría ser posible en la producción fílmica italiana de los lejanos años sesentas. Pero este candor y la excepcional sobriedad visual no impiden que se filtren algunos elementos cochambrosos que la vuelven más interesante, como el coqueteo a un contexto incestuoso entre la familia Vajda, la voluptuosidad de los pechos de Katia mostrados con generosidad en algunos acercamientos que insinúan la sexualidad del mito y una insólita carnalidad manifestada en la literal reencarnación de la hechicera que presagia y antecede los delirios gráficos de la nueva carne y la estética gore, con especial atención a las cuencas vacías de las momias infestadas de larvas necrófagas o la propia reconstitución de los ojos de la princesa Asa gracias a la sangre del profesor Kruvajan; doctor descrito, no sin cierta sorna, como un científico escéptico cuya torpeza desata una maldición oscurantista. Dueño de un dominio narrativo impecable, el filme del realizador se erige como un anticonvencional relato de horror gótico sorprendiendo de buenas a primeras con la estupenda secuencia de apertura, el esbozo de una época medieval especialmente tenebrosa, decadente y malsana, de un estilo teatralizado y aderezada con una violencia sádica por encima de los estándares de la época.

Capturado el interés del espectador, el director aprovecha al máximo las posibilidades fotogénicas del claroscuro y la iluminación en blanco y negro que permite, como un buen alumno del expresionismo, crear un universo a la altura de las mejores obras alemanas. Pero esta no es una mera cualidad imitativa, ya que los productores le imbuyen a su obra un aliento arrebatadamente mediterráneo, con dos que tres blasfemias impensables para un producto comercial producido además, en una nación católica. La susodicha máscara, elemento de justicia clerical, se convertirá en un ente diabólico presente a lo largo del film, desatando una furia sobrenatural contenida en el tiempo en un mísero cementerio para apóstatas ejecutados y en la cripta de los herederos del castillo.

Es en esta descripción del ambiente y de los abigarrados pasillos del castillo (siendo Sleepy Hollow de Tim Burton la que se fusila descaradamente más de alguna de las proposiciones de Bava sobre todo la ambientación decadente, lóbrega e impía como metáfora de las pulsiones pasionales de los protagonistas), lo que hace tan inquietante la experiencia de La Máscara del Demonio; un universo de personajes que bajo su apariencia decimonónica esconden secretos y sentimientos ciertamente platónicos u otros de corte más enfermizo. Ya para esos momentos, del rigor teatral de las primeras escenas queda muy poco y don Mario, proclive al exceso como pocos, desmadra a una caterva de espantos entre los que se encuentran la presencia omnisciente del chamuco, brujos, vampiros, fantasmas, zombis, además de sobreexponer cámaras secretas, cruces de cementerio, ritos, retablos religiosos, crucifijos y un sempiterno viento incapaz de mecer las ramas de los árboles de la campiña con convicción.

A pesar del incipiente desarrollo técnico en el rubro de los efectos especiales, el director encuentra momentos para el ejercicio de la creatividad y con la complicidad de su equipo de maquillaje y FX, logran transformar el hermoso rostro de Barbara Steele en una bruja desmejorada de mirada maligna y deseos concupiscentes, en un logro de edición donde es imposible percibir la unión de los cortes. No habrá calderos, pócimas, gatos negros, ni mucho menos Hermelindas con escobas de utilería volando por el firmamento de esta tétrica visión autoral, pero de que existen hechiceras en el imaginario del cine, eso ni dudarlo. Y esta es una de las que logra provocar temor…

La Máscara del Demonio (La Maschera del Demonio)/ D: Mario Bava/ G: Ennio de Concini, Marcello Coscia y Mario Serandrei basado en un cuento de Nicolaj Gogol/ F en B y N: Mario Bava y Ubaldo Terzano/ E: Mario Serandrei/ M: Roberto Nicolisi/ Con: Barbara Steele, John Richardson, Andrea Chechi, Ivo Gavarri, Arturo Domenici, Enrico Olivieri/ P: Massimo de Rita para Galatea Film y Jolly Film. Italia. 1960.

 

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