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LA ERA DE LOS MONSTRUOS/ por: Gerardo Mares

Entre los litigios o sucesos criminales recientes que escandalizaron a la opinión pública con justa razón, el que más mofa provocó en la población de a pie, dueña además de un sentido del humor indescriptible, fue la satanización de una manada de perros callejeros probablemente muchos de ellos desdentados debido a su alarmante desnutrición. Quizá influenciados por la película Wolfen (Michael Wadleigh. 1984) los judas se propusieron a través de protocolos científicos, demostrar la ferocidad de los dogos ferales de un nivel sanguinario casi a la altura de un monstruo cinematográfico con el resultado que ya todos conocemos. En vista de lo anterior, me permití realizar una serie de adendas a un texto personal publicado en la revista Alternativas del ICL hace un buen, para compartir esta reflexión personal acerca de la construcción de esta clase de mitos explotados por el cine con mucha mayor imaginación que los ministerios públicos que encerraron a esta indefensa manada y que manifiesta, de alguna manera, esa obsesión muy humana de tratar de otorgar presencia o substancia a una parte de nuestros temores íntimos claramente irracionales…

Reza un lugar común que el cine es la fábrica de los sueños y que el género del terror es la representación de nuestras pesadillas y miedos inconfesables. Siguiendo esta línea de razonamiento, entonces no es raro imaginar que dentro de este universo tan característico, todo, absolutamente todo, es posible por raro que pudiera parecer. Uno de los temores más extravagantes que manifiesta la naturaleza humana a través de la pantalla de cine, es la de enfrentar nuestra enclenque condición contra un monstruo generalmente de tamaño descomunal, creatura que suele vivir en ecosistemas no aptos para la supervivencia de nuestra especie (King Kong. 1933; Tiburón. 1975; Alien, el Octavo Pasajero. 1979). Muchas de estas bestias pueden tener origen por un desastre nuclear o la contaminación de tipo industrial, adquiriendo gracias a estos descuidos humanos una dimensión colosal que les permite arrasar con cuanta ciudad o cristiano se les ponga en el camino y que se convierta en un ser de características casi indestructibles (Reptilicus. 1961; Alligator. 1980; El Huésped. 2006; Cloverfield. 2008).

Una especie cercana al homo sapiens a saber porqué, puede llegar a adquirir un tamaño monumental (Yeti, el abominable hombre de las nieves. 1977) y sembrar el caos y la destrucción de manera exponencial como si se tratase del mítico Godzilla (1954). O bien ser simples criaturas de la naturaleza que formando hordas gigantescas, constituyen una seria amenaza para los pequeños pueblos ubicados en los confines de la civilización e incluso para una que otra urbe cosmopolita (Los Pájaros. 1963; Enjambre. 1978; Ben, la rata asesina. 1972; Piraña. 1978) y del medio donde prosperan a pesar de la intromisión de la raza humana que ha osado invadir su hábitat natural para llevar las comodidades de la civilización urbana (Marabunta. 1954; Wolfen. 1984).

Algunas representaciones bestiales y otras no tanto; pueden tener un origen místico, religioso o provenir de una extraña dimensión paralela a nuestro mundo (El Golem. 1920; The Relic. 1997; The Mist. 2007); ser producto del avance tecnológico cuyo experimento se sale de control por no regirse bajo un marco ético, de rigor científico o de sentido humanista (Frankenstein. 1931; Splice. 2009). En otras ocasiones, estos experimentos han sido creados para ser explotados en una hipotética industria militar (La Mancha Voraz. 1958 y su remake de 1988; Piraña 2 Asesinos Voladores. 1981); para librar a las sociedades modernas de plagas y enfermedades transmitidas por insectos, alterando la estructura genética de algunos especímenes convirtiéndose en engendros depredadores (Mimic. 1997); o de plano para un supuesto entretenimiento zoológico que se escapa de las manos (Parque Jurásico.1993).

El terror no tiene forma definida y puede estar encarnado en una entidad extraterrestre multiforme capaz de desintegrar un microcosmos social en un lapso de horas y poner en peligro a la humanidad entera por vía del contagio o la fagocitación celular (Contaminación. Alien invade a la tierra.1980; La Cosa del Otro Mundo. 1982; Monstruos: Zona Infectada. 2010). Otra variante alienígena puede adquirir la forma de animales reptantes que se introducen en cadáveres para reanimar al mayor clásico de las creaturas del imaginario colectivo: una especie de zombi carente de un cerebro funcional, de naturaleza violenta y que puede amenazar el status quo de la humanidad llevándola a su extinción (Los Usurpadores de Cuerpos. 1956, Remakes 1978, 1993; El terror llama a tu puerta. 1986; Criaturas Rastreras. 2006). El alienígena puede ser fruto de las más bajas pasiones terrestres, entes que se alimentan de la fuerza vital de sus víctimas en una especie de vampirismo sideral sembrando el caos y la destrucción de las sociedades modernas y cuya milicia no sirve para gran cosa (Lifeforce. 1985).

El monstruo puede ser creado por vía de la imaginería de la cosmogonía helénica (el Kraken de Furia de Titanes. 1982, remake 2010), instrumento de exterminio desatado por la ira de los Dioses del Olimpo para hacer pagar sus pecados y expiar las culpas a los habitantes de un poblado griego. Un horror medieval encarnado en una bestia magnífica y despiadada, despierta de su letargo. Infinidad de dragones llevan a un holocausto a la humanidad contemporánea, creando nuevas sociedades feudales y hacinadas en vetustos castillos sobreviviendo a duras penas (Reign of Fire. 2002).

El mecanismo de protección y supervivencia más efectivo de algunos de estos entes es la capacidad mimética que utilizan para ocultarse de los ojos de sus potenciales cazadores (Predator. 1987); ser un vegetal en apariencia inocuo y que esconde sus instintos caníbales a más no poder, manipulando a su antojo a su propio jardinero (La Tiendita del Horror. 1960; El Ataque de los Tomates Asesinos. 1978) o bien, disfrazarse de una cariñosa mascota de tamaño minúsculo a pesar de ser una especie desconocida por la comunidad científica y poseer mecanismos de reproducción parecidos a la mitosis celular (Los Gremlins. 1984; Critters. 1986) que sólo engendrarán ejércitos de clones con ánimos destructivos.

Los monstruos no sólo habitan dentro del closet de las habitaciones de nuestros hijos (Monsters, Inc. 2001), pueden estar ocultos en los lugares más insólitos como en la pantalla de la televisión o en los cimientos de nuestro hogar (Poltergeits. 1982). Algunos engendros manifiestan una capacidad de adaptación fuera de la norma, incluso pueden sobrevivir en cualquier lugar, ya sea en climas extremos o en el subsuelo de parajes desérticos y atacar a plena luz del día (Tremors. 1990).

Sin embargo, la representación más verosímil, inquietante y terrorífica del monstruo cinematográfico proviene de la humanidad misma; es decir; del hombre que puede ser su propia pesadilla, donde incluso llega a convertirse en una especie de azote de corte apocalíptico; entre los más explotados: en la figura de un asesino serial oculto entre las sombras de los suburbios norteamericanos (Psicosis. 1960; Henry: retrato de un asesino en serie. 1986; Silence of the Lambs. 1991; Seven. 1995; Zodiac. 2007). Existen otros homicidas que además suelen poseer algunas características sobrenaturales que los vuelven invulnerables a las defensas histéricas de sus víctimas como Michael Myers (Halloween. 1978), Jason Voorhes (Viernes 13 Segunda Parte. 1981) o Freddie Krueger (Pesadilla en la calle del infierno. 1984). El acoso se vuelve estremecedor y sin posibilidad de escape por culpa de los muertos vivientes, seres reanimados por causas inexplicables y que pueden transmitir su condición a los pocos vivos a través de una especie de contagio exponencial (La Noche de los Muertos Vivientes. 1968; Rabia. 1977; Exterminio. 2002; Resident Evil. 2002).

El monstruo oculto bajo la apariencia humana puede salir a la superficie debido a una posesión de tipo demoniaca con una capacidad para la blasfemia y violencia que raya en lo obsceno (Evil Dead. 1981; Demons.1985). Esta misma entidad mefistofélica puede no tener presencia física y ser una fuerza abstracta que siembra y contagia temores primarios paranóicos en un grupo científico que presencian, estupefactos, las señales del apocalipsis anunciando la llegada de Luzbel para sumir al mundo en una era de oscuridad perpetua (Prince of Darkness. 1987). El diablo al lado a través de la potencia de los motores en cilindros V8 (El Auto. 1977. Christine. 1983). O ya estar presente en la intimidad de nuestros hogares, volviendo un caos la cotidianidad, violando a placer nuestra indefensión o cordura (Actividad Paranormal. 2007); mancillando la capacidad de razonamiento además de la fragilidad femenina (El bebé de Rosemary. 1968; El Ente. 1982; Incubus. 1982).

Nuestro vecino puede ser la manifestación de una maldad de tipo pagana e incluso religiosa (Drácula. 1931; El Exorcista. 1972; La Profecía. 1978; Noche de Miedo. 1985) o ser nosotros mismos, sacando a flote la parte más inhumana de nuestra propia herencia bestial a través de una maldición de carácter folklórica, la manipulación genética con fines perversos o el retorno al origen primitivo por vía de psicotrópicos chamánicos (El Hombre Lobo; 1941. Humongous. 1982; Estados Alterados. 1980). O bien mutando la constitución orgánica para convertirse a través de la fusión cromosómica y la descomposición de la carne en un verdadero fenómeno repulsivo sin perder del todo la conciencia que nos vuelve humanos (La Mosca. 1958. Remake. 1986). Los muertos, nuestros muertos pueden ser utilizados como instrumentos de venganza de carácter sobrenatural (La Máscara del Diablo. 1960. Las Momias de Guanajuato. 1970)

Toda esta breve galería de aberraciones de la naturaleza quizá sean las manifestaciones más evidentes de una pequeñísima parte de nuestros temores irracionales; creaciones ficticias que se generan desde el inconsciente y que el cine se ha encargado de explotar y perpetuar a través de la historia; psique paranoica colectiva que sigue estando presente en lo más recóndito de nuestras almas; imágenes de antología que se han encargado de recordar nuestra fragilidad como parte de un universo delirante y excesivo; monstruos surgidos de un universo genérico despreciado y ninguneado por la crítica que presume seriedad o franco esnobismo y que sin embargo perdurarán en el imaginario popular para atormentarnos hasta la eternidad…

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